-- ¿Querés tomar unos mates?
-- No. Me voy... Julio me está esperando.
Su marido tenía la expresión que ella había previsto. Pero cuando dijo "Julio", movió la cabeza a un costado, mirando el piso. Le produjo un efecto raro: ¿bajar la cabeza? Se tiró los largos flequillos negros hacia atrás y siguió limpiando la mesa para la cena.
-- No tardés. Mirá qué hago el tuco para los fideos.
-- Bueno... chau Silvia.
Se detuvo en la limpieza de la mesa y la atacó algo nuevo que estaba comenzando a pensar. El giro de su cabeza cuando dijo "Julio" la había sorprendido. Lo que se le acababa de ocurrir era una locura, tal vez por ser la primera vez. Enarcó las cejas e hizo una mueca. Ella y su marido Hector se llevaban notablemente bien. Todos los que los conocían juraban que eran una pareja medio chapado a la antigua, excelentes personas, pero Silvia era fidedigna de la cabeza a los pies. Se acercó hasta el espejo para mirarse. Apoyó las manos sobre su cadera y se miraba el cuerpo. Largo proceso de elucubrar. Mirándose unas canas, se acordó de su amiga Amelia que le había dicho una vez "no estaría de más que una vez en la vida desconfíes. Si no lo hacés alguna vez, no tendrás vida propia". Ella no quiere entrar en sospechas. "Tengo que probarme, ¿No ves que agachó la cabeza?". Arriesgar. Por vez primera, está a punto de confirmar la sospecha de que su marido la engaña. Parte del pelo le cubrió la cara, lo retiró con su mano. Sintió que su cuerpo, detrás del espejo, la escrutaba, la seguía. Hubo un corrimiento del rimmel. Dejó de comunicarse con el espejo con el dedo gordo hacia arriba. Se acercó en puntas de pie al teléfono.
-- ¿Hablo con Prosegur? Somos abonados. ¿Me puede confirmar el paradero del automóvil chapa ......?
Al salir a la calle tomó el primer taxi y le dio la dirección solicitada a Prosegur. Estaba nerviosa. Miró la calle vacía. El conductor la espiaba desde el espejo retrovisor. Le recordó que espiar al marido era algo con lo que no contaba, no lo deseaba. En pocos minutos el auto la dejó frente a la dirección, una casa de departamentos. Descendió pero no encontró el coche de su marido. Se llevó una gran sorpresa.
-- ¡¡ Pero en estos departamentos se encuentra la casa de mi amiga Esther !!
Se acerca a la entrada del edificio y saluda al portero parado en la puerta.
-- Buenas tardes. Soy íntima amiga de Esther del 5º.
-- Si. La conozco a usted. Mire señora, acaba de salir, pero siendo su amiga le puedo dar las llaves de su departamento.
-- Le agradezco...
Frente al espejo del ascensor descubre unas canas entre sus mechas. 5º B. Ya conocía el departamento de Esther. Era como entrar a su casa. Vacío. Nadie. Buscó un espejo y se golpeó fuerte el rostro. Con pesar tiró hacia atrás el mechón de su pelo negro. Dejó el espejo y se dirigió a la cocina. Necesita hacer algo, cocinar, cortar cebollas. Lo único definitivo, es el tiempo.
Una hora después, Silvia, apoltronada en un sillón, mira la puerta de entrada en una larga espera. "¿Qué hago con mi desamparo?"... El momento que llegaba era el más temido... Ya no quiere sentirse libre... Piensa que de quedarse sola, su felicidad puede ser muy convencional y caerse a pedazos.... "Espero esto y a lo mejor bailo".... Un dolor de vinagre se extiende por su piel erizada y turbada. Ya está convencida de lo que viene.
De pronto, se siente una llave que abre la puerta del departamento. Aparecen la presencia de Esther, seguida por Hector. Avanzan unos pasos y se quedan petrificados observando a Silvia sorprendidos. Ni una palabra. Pasan varios minutos, se miran mutuamente en un clima de total mudez. El reticente silencio se corta con una navaja.
Alguien debía salir al atajo de la gelidez glacial del ambiente.
Silvia se levanta del sillón, rompe la escarcha y les dice:
-- Vengan a la mesa. No se queden ahí parados. Vamos, vengan, que les preparé unos exquisitos fideos al tuco calabrés, que se van a chupar los dedos.
Los recién llegados, temerosos, con reservas, sorprendidos, aceptan la invitación y lentamente avanzan hacia la mesa sentándose alrededor.
Silvia toma el plato vacío de Esther y atentamente le sirve fideos. Luego se sirve ella. Sacude su mechón.
-- Sabés que en tu cocina me costò encontrar el queso rallado, pero el paquete de fideos enrulados de sémola son los que más le gustan a Hector. Mirá....
Silvia, que pasaba de la pesadilla a la bronca, tomó la gran fuente cargada de fideos enrulados y se los plantó en la cabeza de su marido con todo despecho. Los fideos llenos de tomate y ajo eran una gran peluca de sémola con la fuente de sombrero coronando la cabeza de Hector que chorreaba salsa por todo su cuerpo. Realmente, los largos fideos, cayendo como cabellos desde su cabeza era un espectáculo regocijante y hasta bien parecido.
Él se mantuvo quieto, en blanco, con la cabeza agachada, como a veces era su costumbre, se tomó todo el tiempo, solo él era dueño de ese tiempo. Luego se encaminó lentamente, cachazudo, hacia la ducha, como un cordero sentenciado.
Después de un largo tiempo salió del baño y vio que Silvia y Esther estaban abrazadas, bailando, festejando, muertas de risa y se felicitaban en pleno jolgorio de dos viejas amigas.
Silvia, desbordante de alegría, detuvo un instante la danza y los alborozos saltos, para tirar hacia atrás el rebelde mechón de su pelo negro.
Juan Disante - Nochebuena - 24/12/23
"Taller El Silbido del Centauro" -
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