Jacques Lacan sorprende cuando indica que no es el mutismo lo que le parece lo más sorprendente entre los autistas, sino la verborrea. Ni siquiera se trata de una observación clínica, cuya pertinencia no se dudaría, sino de la orientación esencial para abordar la especificidad de un tipo clínico original. ¿Qué es la verborrea? Sino un uso de la lengua de donde la enunciación se ausentó. Ahora bien, la enunciación inscribe el goce vocal en el campo del lenguaje. La voz como objeto pulsional no es la sonoridad de la palabra [voz], sino la manifestación en el decir del ser del sujeto.Es una constante mayor del funcionamiento autístico el protegerse de toda emergencia angustiosa del objeto voz. De la suya propia, por la verborrea o el mutismo, de la del Otro, por el evitamiento de la interlocución. El autista es un sujeto que se caracteriza por no haber incorporado el objeto vocal que soporta la identificación primordial, resulta de eso una carencia de Sí, en su función representativa del sujeto. Cuando el goce del viviente no se cifra en el significante, la manifestación clínica más manifiesta, subrayada por todos los autistas de alto nivel, reside en una escisión dolorosa entre los afectos y el intelecto. Las otras características del cuadro clínico son algunas de las consecuencias.
La representación más difundida autista es efectivamente la de un ser mudo, de modo que Lacan sorprende, con ocasión de una de sus raras indicaciones concernientes a estos sujetos, calificándolos de "verbosos": "Qué le cueste entender [escuchar], dar su alcance a lo que dicen, no impide que sean personajes más bien verbosos”


La última gota
Desde el zaguán espero la caída de la última gota.
Todavía quedan algunas que abandonan la nube final
para estrellarse sobre el vidrio del mirador
o sobre el charquito a mis pies.
Cierro mi paraguas,
trato de sorprender a la última,
desprevenida gota.
Asoma el sol.
Con el chaparrón llegando a su fin
siento nostalgias por todas las gotas que ya no son
cayendo transformadas en acequias.
Miles han quedado prendidas de las hojas
dudando en precipitarse.
Miles transfigurarán su vivir.
Miles romperán en oleajes bravíos.
Las nubes se retiran con mi mismo afligir
dejando un cielo brillante.
Estiro mi mano y el rostro hacia el entreabierto celeste
a favor de una postrera
dilatada tardía,
cuando el Olimpo sofoca chasqueante
en triste sacrificio
en desconsolante soledad
la última gota sobre mi frente.
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Haiku
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¿Esperaré el fin del solsticio?
dónde comienza cada espina